Sudáfrica
Por: Rubén Villasante
“Todos los seres de la tierra iban a vivir eternamente, así lo había decidido el Dios KwaZulu, para que disfruten de la prodigalidad y belleza de aquella tierra. El mensaje debía transmitirlo el camaleón. Yendo a cumplir el encargo el camaleón se detuvo a comer unos insectos, pero éstos eran alimentos de las ranas, quienes atacaron al camaleón. El camaleón malherido no pudo seguir su camino y no podía cumplir con el mensaje que Dios le había encomendado. Se encontró con el lagarto y le pidió que le informara a Dios de lo ocurrido y de su imposibilidad de difundir el mensaje. Entonces, el Dios KwaZulu enfurecido, cambió su decisión y le pidió al lagarto que comunicara a todos su decisión. A partir de ese momento todos los seres vivientes sobre la tierra tienen que morir en algún momento”.
El párrafo precedente es un relato apretado de un hermoso mito Zulu, pueblo originario de lo que hoy es Sudáfrica.
Sudáfrica, estará un mes en los ojos de todo el mundo. Pero Sudáfrica es un territorio con documentada presencia humana tan antigua que se pierde en la bruma del tiempo. Se han hallado fósiles de Australopithecus Africanus, con una antigüedad mayor a dos millones de años; los bosquimanos se consideran uno de los primeros grupos humanos asentados en esos territorios, y tendrían una antigüedad aproximada de 100 mil años. Es decir, los sudafricanos son dueños de una sólida tradición histórica independiente. Los europeos llegaron hace 500 años, una nimiedad temporal frente a sus raíces. Sin embargo, provocaron graves y aberrantes cambios en sus sociedades. Ahí llegaron portugueses, holandeses y británicos en pos de las riquezas del África Meridional. La ocupación colonial más numerosa fueron los holandeses, quienes ya afincados y con descendencia dieron origen a los Boer. Guerras fratricidas entre los europeos por el control de las minas de oro y de diamantes se mantuvieron por siglos, hasta bien avanzado el Siglo XX. Paralelo a ello, el trato discriminatorio y segregacionista contra los pueblos originarios se iba intensificando hasta crear el sistema más denigrante y ominoso de discriminación racial que haya existido, el apartheid. En 1989 un letrero en la playa de Durban ofendía señalando: «Según la ordenanza 37 del código de leyes de Durban, esta playa es para uso exclusivo de gente de raza blanca.»(a) Pero, ese mismo año 1989 se empezó el desmantelamiento del infausto apartheid, por las recomendaciones y presiones de Naciones Unidas, por el aislamiento internacional, pero sobre todo por la actuación del genio político de Nelson Mandela.
Nelson Mandela, hoy próximo a cumplir 92 años (el 18 de julio) tiene el merito singular y grandioso de haber cambiado la historia de su país. Cuando todo indicaba que era inminente la guerra civil en Sudáfrica, Nelson Mandela logró el perdón y la comunión entre grupos con odios secularmente arraigados. Nelson Mandela se propuso y lo logró ganarse el corazón de sus enemigos. Estando preso logró ganarse el cariño, respeto y admiración de sus carceleros, al punto que uno de esos policías, cuando nació su primer hijo, ingresó clandestinamente a su bebé a las mazmorras solamente para que Nelson Mandela lo alzara, para que lo tuviera en brazos y para decirle que le había puesto el nombre de Nelson. Nelson Mandela estuvo preso 27 años, 18 años en una isla en condiciones infrahumanas, luego fue llevado a una cárcel con mejores condiciones, para finalmente terminar en una suerte de encierro dorado en una residencia en un barrio lujoso de Johannesburgo (b).
Sudáfrica hoy tiene una población cercana a los 50 millones de habitantes, de los cuales el 90% es población negra. Ocupa un territorio que es ligeramente más pequeño que el territorio peruano. Según datos del Banco Mundial, la pobreza en Sudáfrica es de 22%, pero la esperanza de vida es de 51 años. Sudáfrica es el país con el más alto índice de infectados con el VIH y SIDA. Posee también una situación de alta criminalidad, 50 mil homicidios por año. Sudáfrica tiene varias capitales: Pretoria, capital ejecutiva y administrativa del Estado; Ciudad del Cabo, capital legislativa, Bloemfontein capital jurídica. Y se considera a Johannesburgo, capital económica. Un rubro importante de su economía es la minería, posee ingentes riquezas en carbón y metales preciosos: diamante, oro y platino. Pero cuenta también con una industria diversificada, cómo la industria de automóviles y de aviación.
¿Qué elementos nos asemejan con Sudáfrica? Una nefasta historia colonial, surgida en la etapa de expansión europea. Sudáfrica y Perú poseen una altísima diversidad terrena y humana. Sudáfrica se autodenomina país del arco iris por la composición multiétnica que tiene, con una fuerte base de pueblos originarios, nosotros somos un país de todas las sangres. Esta composición se expresa también en una notable multiculturalidad, en procesos interculturales tensos y aún no resueltos. Otra semejanza valiosa, Sudáfrica y Perú son parte de los diez países con megadiversidad biológica. Ambos poseen muchas zonas eco climáticas con abundante y sofisticada presencia de flora y fauna.
¿Cuál es el factor clave que nos diferencia? De Sudáfrica han surgido grandes personajes que han trascendido sus fronteras. Sudáfrica tiene en su haber varios Premios Nobel, y en ramas diversas como la paz, economía, literatura y medicina. El mayor genio político de los últimos tiempos es Nelson Mandela. El médico Christian Barnard, sudafricano, el primero en realizar un trasplante de corazón. También es sudafricano Tolkien, autor de la zaga El Señor de los Anillos. Como también son sudafricanos los actuales Premios Nobel de literatura: Nadine Gordimer y J.M. Coetzee. Nosotros aún no logramos generar personajes de tal eminencia.
Sudáfrica está para verla… más allá del fixture y de los goles. Amen.
[Escrito y publicado en redes el 10.06.10]
- Citas
(a) Cualquier parecido con nuestra realidad no es simple coincidencia.
(b) Esta historia de reconciliación realizada por Mandela ha sido exhibida en la película Invictus. Sin embargo la película revela apenas algunas trazas de lo que se relata en el libro de John Carlin, El Factor Humano.